Cuántas veces, te vi, enarbolando los
misterios absolutos de tu risa…
Cuantas veces, provocaste el incendio
de mis días, ahogados en el llanto de
tus liviandades.
Y te quedaste, así, ausente, sin vida,
con la testa enjuta, doblegada
por el tiempo, y por las ausencias.
No luchaste, no inventaste, se murió
la nota frágil, en las fauces del olvido.
Despojaste el alba sin temores,
desabrochaste el universo con
desidia, paso a paso, sin dolores.
Luego, feneció el destino, y en el
ocaso de tus desaciertos,
perdiste la cordura, en el mar muerto.
1 comentario:
Genial
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