Poema de Navidad

En la profunda sima de los extremos
las luces parpadean su olor de abeto;
una rama vencida, sin destino,
observa que los astros son pompas de jabón
que de celeste arcilla invisten cada imagen.

Revestidos de vodka,
de café o con zapatos de cristal
encienden sin olvidos los envases de plata,
en tanto que un aliento con ojos apretados
escarba los sonidos, las campanas,
los olores del blanco invierno
a la sombra de una estrella sin pausa,
donde una madre y su hijo, arrodillados,
inmersos en la fría memoria de los témpanos,
fingen ser el incendio que alimenta la noche.


Hay un lago olvidado en los océanos,
una danza postrada a la miseria.

Hay
un árbol desnudando los desiertos
un corazón sujeto con cristales
y un día en Navidad lleno de hartura.


En las últimas horas esparcidas de barro
unas manos susurran cabizbajas,
congeladas, sin más brillo ni lunas
que entallen los disfraces, proclamando oropeles
con “padresnuestros” abatidos
y vértigos clavados en los sueños;

morirse
será la reclusión final del alarido,
los trucos de la muerte, las agujas calladas
de un mundo sin misterio ni estaciones.

Así es la raza que acuna el aguacero


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©Alonso de Molina